Cómo retomar la práctica de yoga después del verano

¿Por qué es tan común dejar el yoga en verano?

El verano transforma nuestra rutina. Es casi como si el calendario se aflojara y todo en la vida se sintiera más espontáneo, menos estructurado. Las vacaciones, los viajes, los encuentros sociales, los días largos y calurosos, todo invita a romper con lo habitual. Y en ese contexto, es común que el yoga, como tantas otras prácticas, quede en pausa.

¿Eso está mal? Para nada. De hecho, una de las lecciones más importantes que me ha dado el yoga es aprender a leer los ciclos. No todo tiene que ser lineal ni constante. A veces, la pausa es tan nutritiva como la práctica. Es un espacio de renovación, de recarga emocional y física. Muchas veces, incluso, es el momento en el que me doy cuenta de cuánto echo de menos mi tiempo en el mat.

Como las estaciones, también la práctica tiene sus inviernos y primaveras. Y cada retorno es una oportunidad. Una oportunidad para volver a conectar contigo, con tu cuerpo, con tu respiración. Así que lo primero que hice fue dejar de pelearme con la pausa. Dejar de verla como una interrupción negativa, y empezar a entenderla como una parte más del proceso.

Porque no se trata de ser “constante a toda costa”, sino de ser honestos con lo que necesitamos en cada etapa. Y el verano, muchas veces, es una etapa de expansión hacia fuera. Volver no es corregir un error, es simplemente regresar a casa.

Aceptar la pausa como parte del proceso y no como un retroceso

Hay una trampa muy común cuando dejamos de practicar: la culpa. Ese susurro incómodo que dice: “Dejaste tu práctica, qué floja”, “Ya no eres constante como antes”. Esa voz que convierte una simple pausa en un juicio personal. Y créeme, no hay nada más paralizante que esa voz. Porque te hace creer que volver implica “recuperar” lo perdido, como si estuvieras empezando desde menos diez. Pero no es así.

Una pausa no es un fracaso. A veces, puede ser una oportunidad. Un espacio para observar qué lugar ocupa el yoga en nuestra vida y cómo queremos relacionarnos con él desde un nuevo punto de partida. Lo importante no es con qué nivel vuelves, sino que vuelvas desde la escucha y el cuidado. Esa frase resume lo que muchas veces olvidamos: que el yoga no empieza en la postura, sino en la intención.

Yo he aprendido que aceptar que tomar un descanso es aceptar mi humanidad. Y desde ahí, se abre un camino mucho más realista, sostenible y amoroso hacia el reencuentro con la práctica. No hay atajos, no hay culpa que funcione como motivador a largo plazo. Lo que de verdad sostiene la práctica es la compasión con la que volvemos a ella.

Y además, me ha pasado algo curioso: muchas veces, cuando vuelvo al mat después de una pausa, mi cuerpo está más presente, más receptivo. Porque extrañaba ese espacio. Porque el silencio, la pausa, también educan la sensibilidad. Así que más que retroceso, lo que hay en ese volver es una madurez distinta. Una conciencia más profunda.

No importa si han pasado semanas, meses o incluso años. El yoga siempre está ahí, esperándonos sin juicio. Porque más que una rutina, es un vínculo. Y los vínculos también respiran.

Cómo volver al yoga escuchando al cuerpo sin exigencias

Volver a la esterilla después de una pausa requiere una sensibilidad especial. El cuerpo, tras semanas o meses con otros ritmos, habla diferente. Y escucharlo sin juicio es la primera gran práctica. Una que, paradójicamente, solemos olvidar cuando sentimos que “tenemos que recuperar el tiempo perdido”.

Yo aprendí a hacerme una pregunta sencilla antes de cada práctica: “¿Cómo está mi cuerpo hoy?” Esa pregunta, tan simple, es profundamente transformadora. Porque me devuelve al presente. Porque me ayuda a sintonizar con la realidad física y emocional de ese momento, no con el recuerdo idealizado de cómo era antes.

Rigidez, fatiga, debilidad, son sensaciones comunes y válidas. No indican fracaso, sino simplemente otro momento del proceso. Y cuando dejas de verlas como obstáculos, y empiezas a verlas como información, la práctica cambia. Ya no se trata de forzar, sino de acompañar. De moverte al ritmo de lo que es, no de lo que debería ser.

He tenido sesiones donde solo hice respiraciones acostada en savasana. O donde mi práctica fue simplemente un par de torsiones suaves y unos estiramientos de cuello. Y eso también es yoga. Porque el yoga no es solo lo que haces, sino desde dónde lo haces.

En ese sentido, volver puede convertirse en un acto profundamente reconfortante y transformador. Si estás dispuesto a escuchar sin exigir. Si estás dispuesto a priorizar la calidad de la presencia por encima de la cantidad de movimientos. 

Y cuando empiezas a moverte desde ahí, desde esa escucha honesta, es como si el cuerpo te dijera: “Gracias”. Porque por fin lo estás tratando como un aliado, no como un enemigo que hay que domar.

Soltar la culpa y las expectativas: volver desde el presente

Uno de los mayores enemigos al retomar el yoga es la autoexigencia. Esa voz que compara tu práctica actual con la de hace seis meses, o con la de esa profesora que sigues en redes, que parece flotar en cada postura sin esfuerzo. Esa comparación constante drena la energía y te desconecta del único lugar desde el que realmente puedes practicar: el presente.

He caído muchas veces en esa trampa. En intentar volver “como si no hubiera pasado el tiempo”. En exigir rendir igual que antes, sostener igual que antes, fluir igual que antes. Y cada vez que lo hice, terminé frustrada. Porque retomar no significa recuperar lo que fuiste, sino reconectar con lo que eres ahora. Y ese ‘ahora’ tiene muchísimo valor.

La clave está en dejar de mirar hacia atrás con nostalgia o juicio, y empezar a mirar hacia dentro con honestidad. ¿Qué necesita mi cuerpo hoy? ¿Qué puedo ofrecerle sin forzarlo? ¿Qué parte de mí se está resistiendo a aceptar que las cosas han cambiado?

Cuando soltamos el “debería” y abrazamos el “así estoy hoy”, la práctica se vuelve más real. El yoga deja de ser un ideal externo y se convierte en un diálogo interno de presencia y compasión. No se trata de lograr, sino de habitar. No de encajar en una forma, sino de descubrir qué forma surge naturalmente desde tu cuerpo, tu energía, tu estado actual.

Y desde ahí, todo se vuelve más ligero. Más amable. Porque ya no estás intentando demostrar nada, ni cumplir con una imagen. Estás simplemente regresando a ti, con lo que hay. Y eso, créeme, es muchísimo más valioso que cualquier asana perfectamente ejecutada.

Constancia antes que intensidad: el verdadero poder del regreso

Es común que, al decidir retomar, queramos hacerlo “con todo”. Clases largas, intensas, cinco veces por semana. Como si la fuerza de voluntad fuera el único motor posible. Pero esa mentalidad suele durar poco. Porque es insostenible. Porque va en contra del propio espíritu del yoga, que no busca velocidad ni competencia, sino presencia y continuidad.

Con el tiempo aprendí que el poder transformador del yoga no está en la intensidad, sino en la regularidad. “Más vale cinco minutos cada día que una hora una vez al mes.” Una práctica breve pero constante puede favorecer una relación de compromiso y cuidado contigo mismo. Sabes que, sin importar lo exigente del día, puedes volver al mat aunque sea por unos minutos. Y eso genera un vínculo duradero y amable con la disciplina. No necesitas una hora entera, ni una sala perfecta, ni ropa especial. Solo necesitas el gesto de aparecer. De extender la esterilla y estar ahí, aunque sea unos minutos.

Y lo curioso es que, muchas veces, esos cinco minutos se convierten en diez. O en quince. Porque al quitar la presión de “tener que hacer mucho”, abres espacio para que el cuerpo te diga lo que necesita. Y cuando se siente escuchado, se entrega.

Así que si estás pensando en volver, mi consejo es este: empieza pequeño. Muy pequeño. Pero hazlo cada día. Hazlo con intención. Hazlo con cariño. Y deja que la práctica se expanda sola.

Elige el estilo de yoga adecuado para reiniciar con suavidad

No todos los estilos de yoga son iguales, y mucho menos adecuados para todos los momentos. Después del verano, con el cuerpo desacostumbrado y la energía aún algo dispersa, lo que más se necesita no es intensidad, sino contención. Suavidad. Un ritmo que acompañe el retorno, en vez de exigir desde el primer día.

Aquí es donde estilos como el yin yoga, el hatha suave o el restaurativo cobran todo su sentido. Son prácticas que no buscan “lograr” algo, sino sostenerte. Que no te exigen llegar a un objetivo externo, sino que te invitan a sentir lo que hay, sin juicio. Y en ese espacio, es donde ocurre lo más valioso: el reencuentro genuino con el cuerpo.

Las posturas que más recomiendo, y que yo misma practico en estos momentos, son balasana (postura del niño), supta baddha konasana (postura del ángulo reclinado), viparita karani (piernas contra la pared), y apanasana (abrazo de rodillas al pecho). No solo son accesibles, sino profundamente restaurativas. Estas posturas ayudan al cuerpo a reconectar con el movimiento desde el descanso, favoreciendo un estado de mayor calma.

Retomar con estos estilos no es “empezar desde cero”, sino “volver desde el centro”. Y eso lo cambia todo. Porque ya no se trata de rendimiento, sino de cuidado. De contención. De sostenerte primero tú, antes de intentar sostener cualquier postura.

Escucha lo que tu cuerpo pide. Quizás no sea un vinyasa fluido, sino una respiración profunda en savasana. Y eso también es yoga. Eso, muchas veces, es lo más necesario.

Posturas accesibles y fluidas para reconectar cuerpo y mente

Además de las posturas restaurativas, una forma eficaz de volver al yoga tras el verano es introducir una secuencia sencilla y fluida, que permita al cuerpo moverse de forma natural y sin exigencia. Esto no solo desbloquea tensiones físicas, sino que facilita la reconexión energética. Porque después de semanas de ritmos distintos, nuestro cuerpo a veces necesita volver a “recordar” el movimiento.

Yo suelo empezar con movimientos tan básicos como gato-vaca (marjaryasana-bitilasana), torsiones suaves tumbadas, estiramientos laterales en el suelo, flexiones hacia adelante sentadas, y rotaciones suaves de cuello y hombros. No hay ninguna postura “avanzada” en esa lista, pero todas tienen un propósito claro: despertar el cuerpo con respeto.

La clave está en mantener el foco en la respiración, en alargar las exhalaciones y en evitar el impulso de “lograr” una forma. No se trata de cómo se ve, sino de cómo se siente. Cada postura es una oportunidad para volver a sentir desde dentro, no desde el espejo.

He descubierto que en estos movimientos simples hay una sabiduría inmensa. El cuerpo no necesita ser forzado para responder. Necesita espacio, atención y tiempo. Por eso, incluso en una sesión breve, hago una pausa entre cada postura. No salto de una a otra como en una coreografía; me detengo, observo, y sigo.

Ese ritmo más lento no es falta de energía: es intención. Es respeto. Y es, en muchos sentidos, una práctica avanzada de escucha. Porque cuando permites que el cuerpo sea quien guíe, lo que surge es mucho más auténtico que cualquier alineación perfecta.

Respiración y meditación: pilares para una vuelta profunda

A veces, al volver del verano, el cuerpo todavía se siente disperso, sin ganas de moverse. Y eso está bien. En esos momentos, no fuerzo una práctica física. Me vuelco a la respiración y la meditación. Porque esos también son caminos de regreso. Igual de válidos. Igual de transformadores.

Los pranayamas y la meditación pueden ser los mejores aliados para sostener tu práctica, especialmente cuando el cuerpo aún no está listo para una secuencia completa. Respiraciones como nadi shodhana (alternada), sama vritti (ritmo cuadrado), o simplemente una observación atenta del flujo natural, pueden contribuir a generar una sensación de equilibrio y calma.

Incluso unos minutos de meditación sentada, con música suave o silencio, pueden convertirse en ese espacio de presencia que necesitas para sentirte “en casa” otra vez. Y no necesitas mucho más que eso: un cojín, un rincón tranquilo y la disposición a cerrar los ojos y observar.

En lo personal, cuando no me siento con ganas de hacer posturas, me recuesto en savasana, coloco una mano sobre el pecho y otra sobre el abdomen, y simplemente respiro. Sigo el flujo de la inhalación y la exhalación. Siento cómo el cuerpo se aquieta. Y desde ese silencio, muchas veces, surge un deseo espontáneo de moverme.

No subestimes el poder de la quietud. Porque muchas veces, el regreso al yoga no empieza en el mat, sino en la respiración. En esa inhalación profunda que te ancla. En esa exhalación larga que te libera.

Crear un espacio sagrado en casa que invite a volver

Uno de los factores más importantes para sostener la práctica, especialmente al principio, es el espacio. No solo físico, sino emocional. Porque volver al yoga no siempre es fácil, y tener un lugar que te invite, que te contenga, puede hacer toda la diferencia.

Y no necesitas un estudio de yoga. Sólo un rincón que evoque calma. Ese pequeño ‘templo’ puede ser simplemente un mat extendido en un rincón tranquilo, con una vela, una planta o una figura que tenga significado para ti. Eso es exactamente lo que hice en mi casa. Un lugar sencillo pero cargado de intención. Donde, al entrar, mi cuerpo ya sabe que puede aflojarse. Que puede respirar distinto.

Ese rincón se vuelve un recordatorio silencioso. Una invitación constante. Porque cuanto más fácil sea acceder a él, más probable será que lo uses. Si tienes que mover muebles o limpiar para poder practicar, es probable que lo postergues. Pero si ya está ahí, listo, esperando, entonces el regreso se vuelve más natural.

También me gusta tener cerca una manta, un cojín, tal vez un aceite esencial suave o una música tranquila. No porque sean imprescindibles, sino porque ayudan a crear ese clima de cuidado. Ese ambiente que te dice: “Este es tu momento”.

Crear ese espacio es, en sí mismo, una práctica. Un acto de presencia. Un compromiso suave contigo misma. Y muchas veces, es ese gesto el que enciende de nuevo la chispa.

Volver a disfrutar el yoga como un reencuentro contigo

Cuando el yoga se convierte en hábito, a veces se vuelve una obligación más. Algo que “hay que hacer”. Y eso le quita todo el sentido. Por eso, al volver, me esfuerzo especialmente por recordar el disfrute. Por redescubrir el placer del movimiento, el gusto de respirar sin prisa, el bienestar que deja una buena savasana.

Permítete disfrutar. Sonríe mientras practicas. No todo tiene que ser solemne o perfecto. El yoga también es juego, curiosidad, alegría. Volver desde el disfrute es una forma poderosa de reconectar. De recordar por qué empezaste. De soltar la rigidez mental y recuperar la ligereza del corazón.

He tenido prácticas donde lo único que hice fue moverme al ritmo de una canción que me gustaba. Donde improvisé sin plan, sin estructura, solo sintiendo. Y al final, esa sesión fue más liberadora que cualquier clase “completa”.

Volver al yoga no es un castigo por lo que no hiciste, sino una celebración de que aún estás aquí. Con ganas de volver a ti. A tu cuerpo. A tu espacio. A tu ritmo.

Y cuando te permites disfrutar, todo cambia. La práctica ya no es un deber, sino un regalo. No es una meta, sino un reencuentro.

Volver a casa

Retomar la práctica de yoga después del verano es un regalo que te haces a ti mismo. No es un castigo por lo que no hiciste, sino una invitación a reconectar desde lo que eres hoy. Desde la escucha, la presencia y el respeto por tus propios ritmos.

Así, el regreso a la práctica no será un esfuerzo, sino un regreso a casa. A ese lugar dentro de ti que siempre está, esperando con los brazos abiertos.

Que esta vuelta sea el inicio de una nueva etapa. No basada en la exigencia, ni en lo que deberías estar haciendo, sino en la honestidad de tu momento presente. Que sea una práctica viva, flexible, amorosa. Que te acompañe y te sostenga.

Porque el yoga no es algo que haces. Es algo que te recuerda quién eres. Y en ese recordar, siempre hay espacio para volver.

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