La importancia de llegar presente: más allá del reloj
Preparación antes de una clase de yoga, tener unas pautas te van a ayudar a poder absorber todos los beneficios de la practica. Llegar puntual a clase de yoga es importante, sí, pero aún más esencial es llegar presente. Porque estar en el espacio físico no significa necesariamente estar disponibles —ni mental ni emocionalmente— para la práctica.
En la vida moderna, es común ir de una actividad a otra en modo automático: terminamos de trabajar, cogemos la esterilla y corremos al estudio o preparamos el espacio en casa, sin darnos apenas un segundo para aterrizar. Y así, entramos en clase con la mente todavía en la reunión de antes, el mensaje que no hemos contestado o la lista de cosas por hacer después.
Llegar presente significa darnos unos minutos para transicionar. No solo de lugar, sino de estado. Para mí, esto empieza incluso antes de entrar en la sala. Si llego caminando, lo hago despacio, sintiendo los pasos. Si estoy en casa, me gusta sentarme un minuto antes de extender la esterilla, cerrar los ojos y tomar algunas respiraciones profundas. Es un gesto sencillo, pero cambia por completo la energía con la que entro en la práctica.
Este pequeño ritual nos permite pasar del “hacer” al “ser”. Es como si le dijéramos al cuerpo y a la mente: “Ya estamos aquí. Ahora sí podemos soltar.” Y esa presencia se convierte en la base para una práctica más consciente, más amable y más nutritiva.
Porque al final, el yoga no empieza cuando haces la primera postura, sino cuando decides estar realmente presente.
Cuerpo despierto: cómo preparar el cuerpo sin agotarlo
Antes de una clase de yoga, no hace falta (ni conviene) hacer un calentamiento intenso, pero sí es útil despertar el cuerpo de forma suave y consciente, sobre todo si hemos estado muchas horas sentados, si venimos de dormir o si simplemente sentimos el cuerpo algo rígido.
La idea no es “calentar” como si fuéramos a correr una maratón, sino crear espacio, movilidad y conexión. Algo tan sencillo como estirarse al levantarse, hacer círculos lentos con hombros, cuello o caderas, o incluso moverse de manera intuitiva —sin forma ni estructura— ya empieza a abrir el cuerpo y a prepararlo para recibir la práctica con más fluidez.
Lo importante es recordar que no se trata de “hacer más”, sino de hacer con atención. Conectar con el cuerpo antes de la clase, aunque sea por un par de minutos, puede marcar la diferencia entre una práctica mecánica y una profundamente encarnada.
La digestión también importa: qué comer (y cuándo) antes de practicar
Una buena práctica de yoga no solo empieza en la esterilla, también empieza en la cocina… o más bien, en cómo y cuándo comemos antes de practicar. Muchas personas me preguntan si deben practicar en ayunas o qué pueden comer sin sentirse pesadas. Y aunque no hay una única respuesta válida para todos los cuerpos, sí hay algunas pautas generales que pueden ayudarte a encontrar tu equilibrio.
¿Practicar en ayunas o no?
Depende del momento del día y de tu metabolismo. Por la mañana, muchas personas se sienten bien practicando con el estómago vacío —yo, por ejemplo, suelo hacerlo así—, especialmente si la práctica es suave o meditativa. Pero si te levantas con hambre o te mareas fácilmente, un pequeño snack ligero puede ayudarte a sostener la energía sin interferir en la digestión. Una pieza de fruta, un puñado de frutos secos o una infusión con una cucharadita de miel son buenas opciones.
Si practicas por la tarde…
Entonces sí conviene prestar atención a las comidas anteriores. Lo ideal es que pasen al menos 2 horas entre una comida completa y la práctica, para evitar sensación de pesadez, gases o malestar al movernos, especialmente en torsiones, inversiones o posturas que comprimen el abdomen.
Preparación antes de una clase de yoga, te ayuda a prestar atención, si necesitas comer algo más cerca de la práctica (por ejemplo, 30-60 minutos antes), elige algo ligero, fácil de digerir y en poca cantidad: un yogur vegetal con semillas, un plátano, una tostada ligera, o un smoothie.
Evita justo antes de la práctica:
- Comidas pesadas o muy grasas
- Alimentos picantes o muy condimentados
- Bebidas gaseosas o azucaradas
Y muy importante: come con calma y atención. El yoga empieza también en el acto de nutrirse. Si comemos de pie, rápido y mirando el móvil, el cuerpo no recibe igual. Incluso una comida ligera puede sentar mal si la tomamos en modo automático.
Recordemos que el sistema digestivo y el sistema nervioso están profundamente conectados. Si buscamos presencia, ligereza y conexión en nuestra práctica, la forma en que nos alimentamos antes de ella tiene mucho que ver.
La ropa y el espacio: creando una sensación de comodidad
Una práctica cómoda no empieza en el primer asana, sino en cómo nos sentimos en nuestra piel y en el entorno que nos rodea. A veces subestimamos el poder que tiene elegir bien la ropa o preparar conscientemente el espacio —pero estos pequeños detalles pueden influir mucho en nuestra capacidad para soltar, respirar y estar presentes.
La ropa: libertad sin distracciones
No hace falta tener el último conjunto de yoga ni ropa de marca. Lo importante es que lo que lleves no te apriete, no te distraiga y te permita moverte con libertad. Pantalones que no se resbalen, tops que no se suban, tejidos que no piquen… Suena básico, pero cuando estás en una postura de equilibrio o en una inversión, lo último que quieres es estar pensando en si se te ve algo o si algo molesta.
En invierno, una capa extra al principio (como un suéter fino o calcetines antideslizantes) puede ayudarte a entrar en calor sin rigidez. Y si practicas yin o meditación, te recomiendo tener siempre cerca una manta, porque el cuerpo se enfría más cuando no se mueve.
El espacio: menos es más
Tanto si practicas en un estudio como en casa, crear un entorno que te invite a entrar en ti puede marcar una gran diferencia. No necesitas una habitación entera ni decoración especial: con que el espacio esté limpio, ordenado y mínimamente cuidado, ya hay un mensaje interno que dice: “esto es importante para mí.”
En casa, me gusta tener una velita encendida o una planta cerca, y a veces pongo música suave antes de empezar. No porque sea “necesario”, sino porque me ayuda a dejar fuera lo demás. Si estás en un estudio, llegar unos minutos antes y colocar tu esterilla con calma, quizás incluso con algún objeto personal (un pañuelo, una piedra, una flor), puede ayudarte a sentir ese espacio como tuyo.
Al final, la ropa y el espacio son formas de autocuidado silencioso, maneras sutiles de recordarte que mereces sentirte bien en tu práctica… desde el minuto cero.
La mente como aliada: respiración, intención y enfoque
La práctica de yoga no es solo física. De hecho, una gran parte de su poder transformador nace en la mente: en cómo respiramos, cómo nos enfocamos y qué intención llevamos al practicar.
Muchas veces entramos a clase con la cabeza llena de ruido: pensamientos que van y vienen, tareas pendientes, emociones que no hemos digerido. Y eso es completamente humano. La idea no es “vaciar” la mente por la fuerza, sino darle una dirección amable y consciente. Que en lugar de dispersarse, pueda volverse aliada de la práctica.
Respiración: el puente al presente
Una de las formas más simples y potentes de centrar la mente antes de empezar es conectar con la respiración. Solo con observar cómo entra y sale el aire por la nariz, sin cambiar nada, ya estamos entrenando la atención y marcando un cambio de ritmo interno.
A mí me gusta tomar tres respiraciones profundas justo antes de empezar la práctica. Inhalar por la nariz, exhalar largo por la boca, y sentir cómo el cuerpo se suelta un poquito más con cada exhalación. Es una invitación a aterrizar en el momento presente.
Intención: darle sentido a tu práctica
Establecer una intención no es algo obligatorio, pero puede dar profundidad a tu práctica. Preparación antes de una clase de yoga, no tiene que ser algo grande o espiritual. Puede ser una palabra, una cualidad o una actitud que te gustaría cultivar: presencia, paciencia, apertura, compasión… O incluso algo tan simple como “escuchar mi cuerpo” o “no exigirme tanto hoy.”
Cuando la mente se distrae durante la práctica (que lo hará), volver a esa intención es como volver a casa. Es un ancla suave que nos recuerda por qué estamos ahí.
Enfoque: soltar la comparación
Una mente enfocada no es una mente rígida. Es una mente curiosa, despierta y libre de juicios. Parte de prepararnos mentalmente antes de practicar es recordarnos que el yoga no es una competencia: ni con los demás, ni con nuestra “mejor versión” del pasado.
Llegar con apertura y sin expectativas nos ayuda a sostenernos con más amor durante toda la práctica. Y eso, en sí mismo, ya es una forma de meditación.
Evitar prisas y expectativas: cultivar una actitud receptiva
Uno de los mayores regalos del yoga es que nos saca del piloto automático y nos invita a estar presentes tal y como estamos. Pero eso solo es posible si dejamos a un lado dos cosas muy comunes: las prisas y las expectativas.
Las prisas: el enemigo silencioso
Llegar corriendo a clase, empezar la práctica ya pensando en lo que viene después, hacer cada postura como si tuviéramos que “pasar al siguiente nivel”… todo eso crea tensión en el cuerpo y agitación en la mente. Y aunque a veces sea inevitable tener días así, podemos elegir conscientemente entrar en otro ritmo.
El yoga no es una tarea que “tachamos” de la lista. Es un espacio que abrimos. Por eso, cuanto más lentamente llegues (por dentro, no solo por fuera), más podrás recibir todo lo que la práctica tiene para ofrecer.
Un pequeño truco: antes de comenzar, haz una pausa de verdad. Observa si hay prisa en tu cuerpo, en tu respiración, en tu mirada. Respira hondo. Y si puedes, di internamente: “Estoy aquí. No necesito ir a ningún otro lugar.”
Las expectativas: soltar el control
Otro obstáculo común es llegar con la mente llena de “deberías”: “Debería hacer mejor esta postura”, “Debería sentirme más relajado”, “Hoy quiero que me salga el equilibrio”. Pero el cuerpo y la mente no siempre responden a nuestros planes, y está bien que así sea.
La clave está en cultivar una actitud receptiva, en vez de una actitud exigente. Eso significa estar abierta a lo que surja: a sentirte fuerte o frágil, ligero o pesado, enfocado o distraído… todo forma parte de la práctica.
Cuando soltamos la idea de cómo “debería ser”, empezamos a ver cómo realmente es. Y desde ahí, podemos adaptarnos, cuidarnos y crecer con mucho más respeto.
Pequeños rituales personales: cómo conectar con tu práctica antes de empezar
Aquí te dejo algunos ejemplos, muchos de ellos inspirados en mi propia rutina o en lo que he visto funcionar con alumnos y alumnas a lo largo del tiempo:
- Encender una vela o incienso: un símbolo de presencia. Al ver la llama o sentir el aroma, algo dentro se suaviza y se recoge.
- Elegir una música suave que te ayude a entrar en el cuerpo antes de moverte.
- Tomar tres respiraciones profundas con una mano en el corazón o en el abdomen, sintiendo el cuerpo desde dentro.
- Decir una frase o palabra que resuma tu intención para ese día: “Estoy aquí”, “Confío”, “Hoy practico con suavidad”.
- Escribir en un cuaderno algo que necesites soltar o agradecer antes de empezar. A veces dejarlo por escrito ayuda a liberar espacio mental.
- Desenrollar la esterilla con cuidado, como si estuvieras preparando un altar personal. Esa atención cambia el tono de lo que viene después.
Lo importante es la intención
No importa tanto qué hagas, sino desde dónde lo haces. Incluso un gesto mínimo —cómo lavarte las manos antes de empezar, o ponerte ropa cómoda con atención plena— puede convertirse en un ritual si lo haces con presencia.
Estos pequeños actos ayudan a que la práctica no se convierta en una rutina mecánica, sino en un acto consciente de cuidado y conexión.
Preparación emocional: cuando no te apetece practicar
Hay días en los que, simplemente, no apetece practicar yoga. Y eso está bien. A veces el cuerpo está cansado, la mente revuelta o el corazón cerrado. Lo importante no es forzarse, sino saber escuchar con honestidad: ¿No quiero practicar porque realmente necesito descanso… o porque estoy desconectada de mí misma?
Aprender a distinguir entre ambas cosas es parte del camino. Y en esos días de resistencia o apatía, la preparación emocional puede marcar la diferencia entre abandonar o acercarte a la práctica desde otro lugar.
Escucha antes de actuar
Antes de decidir si practicas o no, haz una pausa y pregúntate con curiosidad —no con juicio—:
- ¿Cómo me siento realmente?
- ¿Qué necesito hoy?
- ¿Qué tipo de práctica (si alguna) podría sostenerme en este estado?
A veces, solo con formular estas preguntas ya surge claridad. No todas las prácticas tienen que ser físicas o intensas. Tal vez lo que necesitas ese día es una meditación corta, una postura restaurativa o incluso tumbarte en savasana y respirar conscientemente durante unos minutos.
Sembrar presencia para cosechar bienestar
Prepararnos para una clase de yoga va mucho más allá de estirar el cuerpo o desenrollar la esterilla. Es un acto de presencia. Un pequeño ritual de reconexión con nosotros mismos, donde cada gesto —por mínimo que sea— puede convertirse en una semilla de bienestar.
Cuando llegamos a la práctica con atención, con el cuerpo despierto, la mente abierta y el corazón dispuesto, algo dentro de nosotros se ordena. No porque la clase sea perfecta, ni porque todas las posturas salgan bien, sino porque estamos realmente presentes en lo que vivimos. Y esa presencia es profundamente sanadora.
Sembrar presencia es decidir, cada vez que nos acercamos al yoga, que vamos a escucharnos un poco más, a cuidarnos sin exigencias y a abrirnos a lo que surja, sin pretender controlarlo todo. Y lo más hermoso es que los frutos de esa siembra no se quedan solo en la esterilla: se expanden al resto del día, a cómo respiramos, a cómo tratamos a los demás, a cómo nos tratamos a nosotros mismos.
Así, poco a poco, práctica a práctica, cultivamos algo muy valioso: una relación más íntima, honesta y amable con nuestro propio ser.